San Josafat

Autor: P. Ángel Amo 

 

Rusia fue evangelizada por los cristianos bizantinos poco antes del cisma del siglo XI, y siguió a la Iglesia griega cuando ésta se separó de Roma; Sin embargo, sólo dependió de ésta hasta 589, cuando se independizó con la elevación del metropolita de Moscú a la dignidad de Patriarca.

En este mismo período Rutenia pasó del dominio ruso al polaco y los sacerdotes ortodoxos, entraron nuevamente en comunión con Roma, manteniendo sus ritos y las tradiciones de la Iglesia eslava. En este clima ecuménico, que parecía iba a favorecer el arreglo del cisma de Oriente, hacia 1580 nacía de una familia ortodoxa separada Juan Kuncewycz, el futuro apóstol de la unidad de los cristianos de Oriente.

Partiendo del gran don común de los cristianos, el bautismo, Juan maduró su total adhesión a la comunión con Roma, alimentándose con otros bienes comunes, como la palabra de Dios escrita, la vida de gracia y las virtudes teologales. En efecto, la Iglesia rusa había conservado intacto lo esencial de la fe y de la estructura eclesial, como los sacramentos, la liturgia, la antigua tradición apostólica y patrística, el culto de los santos, la devoción mariana y el profundo ascetismo. Fue precisamente la espiritualidad monástica oriental, cuyo influjo dio comienzo al gran florecimiento monástico en Europa, la que llevó a Juan Kuncewycz a la completa unidad con Roma.

Cuando vistió el hábito religioso y se convirtió a la Iglesia rutena, tuvo el privilegio de ser el primer novicio del primer monasterio basiliano unido, el de la Santísima Trinidad de Vilna. 

Tenía 20 años. Cambió su nombre por el de Josafat, el biblico nombre del Valle del Cedrón, en donde, según el profeta Joel, se reunirán las almas para el juicio final. Uniendo la antigua espiritualidad basiliana con las nuevas directivas de acción de los jesuitas, de quienes acogió e hizo suyo el joven espíritu misionero, Josafat, consagrado sacerdote y luego elegido archimandrita y coadjutor del arzobispo de Pólozk, emprendió una activísima obra de apostolado por la reforma de la vida monástica y por la unidad de los cristianos, hasta el punto que mereció ser llamado “raptor de almas”.

Elegido obispo, sucedió al arzobispo de Pólozk, aunque poco después fue bárbaramente asesinado por un grupo de ortodoxos el 12 de noviembre de 1623 en Vtebsk (Rusia Blanca), porque su celo y su benemérita acción por la unión a la Iglesia de Roma le había suscitado el odio de los ortodoxos separados. Fue canonizado por Pío IX en 1867.